Síndrome del impostor: "¿Soy suficiente?"

Trabajas duro. Te has ganado tu lugar. Y, aun así, una voz invisible se desliza: "Tal vez solo tuve suerte". "Tal vez no pertenezco aquí". Esa voz se hace más fuerte en el mundo de hoy durante los debates políticos, las conversaciones de DEI y, especialmente, cuando eres el único en la sala/oficina que se parece a ti. John Leguizamo dijo recientemente: "Tienen que hacernos sentir que estamos recibiendo una ventaja y que no la merecemos, pero todas las personas negras y latinas que conozco que están en posiciones de poder tienen que ser cinco veces mejores que sus hermanos y hermanas blancos". Esa presión no es solo externa. Se asienta en lo más profundo. Alimenta algo que muchos de nosotros ya llevamos consigo: el síndrome del impostor.

El síndrome del impostor te dice que tu éxito es una casualidad, que eres un fraude y que es solo cuestión de tiempo antes de que todos vean a través de ti. Si bien muchas personas lo experimentan, a menudo se siente más intenso para los migrantes, los latinos de primera generación y otros profesionales que se identifican como BIPOC. No se trata solo de dudas personales; Se trata de la historia cultural, las expectativas familiares y la ausencia de representación en los espacios de influencia. Llevas el peso de ser el primero(a). El único(a). El ejemplo. Es más que autoestima. Se trata de ser visto(a). Ser escuchado(a). Y dejando espacio para que otros(as) los sigan. Sin embargo, esa voz interior sigue susurrando que no eres suficiente, incluso cuando ya has demostrado lo contrario.

Crecer como latino(a) a menudo significa que te enseñen a ser humilde. Es posible que hayas escuchado cosas como "No presumas" o "Calladita(o) te ves más Bonita(o)". Aprendemos a no llamar la atención sobre nosotros mismos(as). Incluso cuando lo conseguimos, le restamos importancia. El orgullo es visto como arrogancia. Estos mensajes nos siguen en entornos profesionales. Entonces, cuando finalmente estamos en esos espacios, podemos encogernos porque la autopromoción y compartir sobre nuestras victorias, que bien pueden ser necesarias para progresar en muchos espacios, va en contra de todo lo que nos enseñaron.

En casa, el peso se vuelve más pesado. Muchos de nosotros somos hijos(as) de inmigrantes que lo dieron todo para que tuviéramos más. Crecemos escuchando: "Haznos sentir orgullosos" o "Por eso vinimos aquí". Ese amor puede sentirse como una presión inmensa. Nos convertimos en los primeros en traducir, graduarnos y ganar un sueldo fijo. No hay lugar para fallar. Entonces, cuando luchamos, lo cual es normal, sentimos vergüenza en lugar de gracia. 

Ser el "primero(a)" también significa navegar por un mundo sin mapa. Aprendemos a cambiar de código. Cambiamos la forma en que hablamos y actuamos solo para encajar. A veces, escondemos partes de nosotros mismos para sobrevivir. En un espacio, no somos "lo suficientemente latinos(as)". En otro, no somos "lo suficientemente profesionales". Ese constante acto de equilibrio conduce a un profundo agotamiento. Cuando nadie más se parece a nosotros o comparte nuestros antecedentes, nos preguntamos si realmente pertenecemos a algún lugar. Luego están las microagresiones. Alguien comenta sobre nuestro acento. Te confunden con alguien con menos autoridad. Escuchas: "No pareces un terapeuta", "Un gerente" o "un ingeniero". Estos pueden parecer pequeños para otros, pero con el tiempo, se acumulan. Refuerzan la creencia de que somos forasteros y que solo somos aceptados condicionalmente.

El síndrome del impostor no se queda en nuestra mente. Se manifiesta en nuestro cuerpo: en la ansiedad antes de las reuniones, en el perfeccionismo que conduce al agotamiento y en el hecho de ser pequeño para evitar ser visto como "demasiado(a)". Cuestionamos nuestro valor no porque no nos hayamos ganado nuestro lugar, sino porque nos han enseñado a encogernos.

Entonces, ¿qué puedes hacer?

Empieza por nombrarlo. Este es el síndrome del impostor, no la verdad. No estás solo(a). Muchos de nosotros llevamos este peso en silencio. Habla de ello. Comparte tu experiencia. La conexión ayuda a desmantelar la vergüenza. A continuación, desafía a tu crítico interior. Anota tus victorias. Reflexiona sobre tu trayectoria personal o profesional. No llegaste aquí por casualidad. Trabajaste duro. Tú lo hiciste realidad. Y si estás listo(a), considera la terapia. No se trata de cualquier tratamiento, sino de una terapia con alguien que entiende tus orígenes. Un terapeuta bilingüe y bicultural puede ayudarte a explorar las capas: la identidad, la migración, la presión familiar y la necesidad de pertenecer. La terapia no se trata de arreglarte. Se trata de hacer espacio para todos ustedes, su historia, su fuerza y su verdad.

  • No eres un impostor. 

  • Eres un pionero. 

  • Estás construyendo un nuevo camino, no solo para ti, sino para los que vienen después de ti. 

  • Tu historia importa. Mereces ocupar un espacio.

Si esto te habla, te invito a dar el siguiente paso. La terapia puede ofrecer un espacio en el que no tengas que explicar tu cultura o historia. Sé tú mismo(a). Comuníquese conmigo para programar una consulta u obtener más información sobre cómo podemos trabajar juntos. Mereces un apoyo que honre quién eres y de dónde vienes.

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